Crítica:
Sobre un visionario
- Autor:
Ignacio Pablo Rico
- Fecha:
Lo mejor:
Su discurso sobre el crecimiento silencioso del totalitarismo puede resultar muy actual
Lo peor:
Una labor de realización aséptica
Valoración GDO
Valoración usuarios
- Género: Acción
- Fecha de estreno: 04/03/2016
- Director:
Oliver Hirschbiegel
- Actores:
Christian Friedel (Georg Elser), Katharina Schüttler (Elsa), Burghart Klaubner (Nebe), Johann von Bülow (Heinrich Müller), Felix Eitner (Eberle), David Zimmerschied (Josef Schurr)
- Nacionalidad y año de producción:
Alemania,
2015
- Calificación: No recomendada menores de 16 años
Tras recibir el aplauso de la crítica con El experimento (2001) y ganar el Oscar gracias a la sobrevalorada El hundimiento (2004) -intento frustrado, por su superficialidad, de acercarse al lado humano de los adalides del nazismo-, Oliver Hirschbiegel se internó, con más pena que gloria, en producciones mercenarias que han acabado haciendo de él un realizador correcto, pero sin recursos expresivos, que lo mismo vale para un roto que para un descosido.
Filmes tan disímiles -y frustrantes, impregnados de un molesto tufo a telefilme- como Invasión (2007),
Cinco minutos de gloria (2009) o la nefasta
Diana (2013) constatan las derivas de quien para muchos, acaso pecando de optimistas, se había convertido una década atrás en una de las promesas del panorama europeo contemporáneo.
13 minutos para matar a Hitler es, en ese sentido, una tentativa de regresar a aquel título que le procuró el mayor éxito de su carrera, y con ello a un simulacro de autoría basado en el bagaje en determinado tipo de largometrajes. Hablamos de aquellos que se abonan a la recreación del periodo más oscuro de la historia alemana reciente, del que -con escasas excepciones- el cine ha hecho un amasijo de tópicos dramáticos e ideológicos para transformarlo en un género en sí mismo; quizás hoy las películas de nazis y campos de concentración sean una de las formas más representativas de la fábula en el ámbito del relato contemporáneo.
De vuelta, pues, al territorio del nazismo, 13 minutos para matar a Hitler relata la vida de Georg Elser (Christian Friedel), músico y carpintero de orígenes provincianos que estuvo a punto de acabar con la vida del Führer fabricando un explosivo casero. Un personaje que termina resultando francamente entrañable en su evolución de bon vivant sin más aspiraciones, en un principio, que ligar con desconocidas o perderse en el mar, a individuo concienciado capaz de planificar un magnicidio.
No obstante, lo más interesante de
13 minutos para matar a Hitler, propuesta por otra parte trasnochada -por momentos, uno pensaría que no han pasado setenta años desde Roma, ciudad abierta (1945)-, explicativa, trufada de clichés y que se pasa de mesiánica retratando al héroe es la descripción, a veces aguda, de la normalización de formas de resentimiento social que los ciudadanos no conciben nunca como inquietantes, pero que pronto terminarán por echar abajo el precario orden institucional sobre el que se asentaba la democracia germana. Casuales o no, las resonancias actuales de dichas consideraciones son gratificantes.
- Autor: Ignacio Pablo Rico
- Fecha:

Lo mejor:
Su discurso sobre el crecimiento silencioso del totalitarismo puede resultar muy actual
Lo peor:
Una labor de realización aséptica
Valoración usuarios
- Género: Acción
- Fecha de estreno: 04/03/2016
- Director: Oliver Hirschbiegel
- Actores: Christian Friedel (Georg Elser), Katharina Schüttler (Elsa), Burghart Klaubner (Nebe), Johann von Bülow (Heinrich Müller), Felix Eitner (Eberle), David Zimmerschied (Josef Schurr)
- Nacionalidad y año de producción: Alemania, 2015
- Calificación: No recomendada menores de 16 años
Tras recibir el aplauso de la crítica con El experimento (2001) y ganar el Oscar gracias a la sobrevalorada El hundimiento (2004) -intento frustrado, por su superficialidad, de acercarse al lado humano de los adalides del nazismo-, Oliver Hirschbiegel se internó, con más pena que gloria, en producciones mercenarias que han acabado haciendo de él un realizador correcto, pero sin recursos expresivos, que lo mismo vale para un roto que para un descosido.
Filmes tan disímiles -y frustrantes, impregnados de un molesto tufo a telefilme- como Invasión (2007), Cinco minutos de gloria (2009) o la nefasta Diana (2013) constatan las derivas de quien para muchos, acaso pecando de optimistas, se había convertido una década atrás en una de las promesas del panorama europeo contemporáneo.
13 minutos para matar a Hitler es, en ese sentido, una tentativa de regresar a aquel título que le procuró el mayor éxito de su carrera, y con ello a un simulacro de autoría basado en el bagaje en determinado tipo de largometrajes. Hablamos de aquellos que se abonan a la recreación del periodo más oscuro de la historia alemana reciente, del que -con escasas excepciones- el cine ha hecho un amasijo de tópicos dramáticos e ideológicos para transformarlo en un género en sí mismo; quizás hoy las películas de nazis y campos de concentración sean una de las formas más representativas de la fábula en el ámbito del relato contemporáneo.
De vuelta, pues, al territorio del nazismo, 13 minutos para matar a Hitler relata la vida de Georg Elser (Christian Friedel), músico y carpintero de orígenes provincianos que estuvo a punto de acabar con la vida del Führer fabricando un explosivo casero. Un personaje que termina resultando francamente entrañable en su evolución de bon vivant sin más aspiraciones, en un principio, que ligar con desconocidas o perderse en el mar, a individuo concienciado capaz de planificar un magnicidio.
No obstante, lo más interesante de 13 minutos para matar a Hitler, propuesta por otra parte trasnochada -por momentos, uno pensaría que no han pasado setenta años desde Roma, ciudad abierta (1945)-, explicativa, trufada de clichés y que se pasa de mesiánica retratando al héroe es la descripción, a veces aguda, de la normalización de formas de resentimiento social que los ciudadanos no conciben nunca como inquietantes, pero que pronto terminarán por echar abajo el precario orden institucional sobre el que se asentaba la democracia germana. Casuales o no, las resonancias actuales de dichas consideraciones son gratificantes.