Hace diez años Gore Verbins­ki abandonó el barco de Pi­ratas del Caribe –dirigió las tres primeras entregas– para embar­carse en, a priori, un cine más personal y sustancioso, si bien adscrito a los géneros popula­res que catapultaron su carrera al éxito. Con suerte desigual, pri­mero Rango (2011) y después El llanero solitario (2013) eviden­ciaron las ganas de Verbinski de cocinar un cine comercial ajeno a modas y tendencias, especta­cular en las formas y con un po­so dramático más sólido del que se suele encontrar en el bloc­kbuster contemporáneo. Ahora, tras sus incursiones en la ani­mación y el western, el director pisa el terreno del terror gótico con una cinta de fascinante pre­misa. Un joven ejecutivo (Dane DeHaan) recibe orden de viajar al instituto de salud suizo donde se encuentra internado el CEO de la compañía para la que trabaja. Al parecer, algo o alguien estaría impidiendo que el máxi­mo dirigente abandonara el lu­gar... El directivo llega así a la clí­nica del doctor Volmer (Jason Isaacs), un aparente paraíso te­rrenal cuyos pacientes buscan la “cura del bienestar”. Nada es lo que parece en un sanatorio donde, quizá, el verdadero nego­cio es la muerte.

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