Es inevitable sentir cierta melancolía viendo Toy Story 4. Han quedado atrás los tiempos en que las animaciones digitales de Pixar eran verdaderos acontecimientos y las entregas de Toy Story en particular constituían hitos determinantes de la temporada en que se estrenaban. Estas nuevas aventuras de Woody, Jessie, Buzz Lightyear y demás juguetes con vida propia, a quienes se suma un nuevo y peculiar amigo, Forky, funcionan desde luego de modo irreprochable a nivel narrativo, hacen gala de un virtuosismo técnico lindante con lo preciosista, y destilan en varios aspectos una sensibilidad más acorde a nuestros tiempos que las previas; recordemos que Toy Story 3 se estrenó hace una década. Pero, por otro lado, aquel filme supuso un broche de oro para las existencias de los juguetes protagonistas y, quizá por ello, por la saturación actual de propuestas similares, o por echarse a faltar más inspiración y entusiasmo que los derivados de reiterar fórmulas, algo en Toy Story 4 suena a hueco. Todo está en su sitio y eso transmite una vaga sensación de inquietud, como si estuviésemos ante un simulacro sofisticado o un derivado modesto para formatos domésticos de las películas anteriores.

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